A principios del siglo XIX, por allá de los 1800, nuestra patria se encontraba sumergida en una etapa convulsa por la luchaba de su independencia ante España. Entre los nombres que surgieron de ese turbulento período, poco destaca el de Agustín de Iturbide; trascendente personaje que se ha convertido en una de las figuras más controvertidas y fascinantes de la historia de México.

Él fue un personaje que se alza en la historia de México como una representación viva de la dualidad presente en el escudo nacional: el águila real y la serpiente; el héroe independentista y el villano histórico; el puente entre las ambiciones conservadoras y los ideales liberales; el emperador glorioso y el militar desterrado. En esta narrativa, exploramos la vida de Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, que era su nombre completo, un hombre cuyo legado es tan controvertido como apasionante.

Iturbide, nacido en una familia acomodada, se destacó desde joven por su inteligencia y liderazgo. Inicialmente, desempeñó el papel de administrador de la Hacienda de su familia, una de las más ricas de la Nueva España. Sin embargo, la insurgencia y los saqueos de sus propiedades lo llevaron a enlistarse como General Realista. Aquí, mostró tanto su astucia como su crueldad en el combate contra las fuerzas insurgentes.

Un giro clave en la vida de Iturbide fue cuando, buscando preservar el buen gobierno y la religión ante la revolución liberal en España, pactó con el ejército enemigo y se unió a las fuerzas insurgentes lideradas por Vicente Guerrero, con emblemático “Abrazo de Acatempan”, esta alianza no solo marcó una tregua entre dos grupos en conflicto, sino también, entre dos visiones de nación; el Ejército Trigarante consolidó la independencia de México, la religión católica y una patria para todas las castas.

Su contribución más destacada fue la creación del Plan de Iguala, que buscaba la independencia de México, la unión de todos los grupos sociales y la garantía de derechos iguales para todas y todos, independientemente de su origen étnico. Este plan puso fin a más de una década de lucha, el cual fue proclamado un 24 de febrero de 1821.

Agustín de Iturbide convocó a la creación de un Congreso que definiera la política de la nación mexicana, en el que rápidamente surgieron divisiones entre los que proponían que el trono del imperio fuera ocupado por un nacido en América, los que aspiran a que un miembro de la Casa reinante en España viajara a México y los que pugnaban porque la nación se volviera una república federal.

Ante esta situación, las cortes españolas desconocieron la independencia, situación que aprovecharía Iturbide para buscar el apoyo del pueblo y así materializar su postulación para encabezar el imperio, respaldado por un contingente militar de 35 mil hombres, el Congreso lo proclamó emperador un 18 de mayo de 1822.

Como emperador, Iturbide se encontró en una encrucijada, enfrentándose a las peticiones irreconciliables de dos corrientes: los conservadores y los liberales. Optó por la alternativa conservadora y se convirtió en el Emperador de México durante el Primer Imperio Mexicano. Sin embargo, su reinado fue efímero y marcado por tensiones y descontento, especialmente, por la disolución del Congreso Constituyente, acción que llevó a Antonio López de Santa Anna y José Antonio de Echávarri, a generar el Plan de Casa Mata, documento que buscaba restaurar al Congreso y desconocía al gobierno.

El destino de Iturbide, marcado por su exilio y posterior ejecución como traidor a la patria un 19 de julio de 1824 en Padilla, Tamaulipas, refleja el fracaso del acuerdo para un proyecto nacional durante los primeros años de México como país independiente. Su vida y legado se mantienen como un recordatorio de la complejidad de los momentos fundacionales de una nación.

Texto trabajado con información de la exposición “Cuando las Paredes Hablan” de MiMuseo Universitario La Salle, bajo la curaduría de la Mtra. Grisell Villasana Ramos.