Me invitaron a dar una plática en el MiM de la Universidad La Salle Bajío sobre la importancia de hacer comunidad. Al entrar al auditorio con 50 estudiantes empecé con una primera pregunta: ¿qué hacen aquí? y la repuesta fue un unánime “estamos porque necesito juntar los créditos escolares”, y no era por el hecho de querer aprender a hacer Comunidad. Les importaba cubrir sus requisitos para seguir avanzando en su trayectoria universitaria.  

Hubo una segunda pregunta ¿en qué momento podemos hablar de que el hombre ha desarrollado civilización? Para esta hubo varias respuestas: “cuando podemos construir”, “en la revolución industrial” fue otra; “cuando hay comunicación entre el hombre” fue la más recurrida. Parto de esta respuesta que dio Margaret Mead “la civilización empezó cuando se encontró un fémur humano con evidencia de fractura y recuperación, porque ello indicaba que alguien se tomó el tiempo y cuidó a otra persona tomando en cuenta que esa lesión era una sentencia de muerte”. Para esta antropóloga el cuidado es el primer signo de civilización. Este ejemplo nos da paso a entender algo que es fundamental: el ser humano trabaja, acciona y se desarrolla mejor con el apoyo de otros, lo hace en conjunto, es decir, en comunidad. Somos de hecho, producto de un Tejido Social.  

Una tercera pregunta fue ¿Cómo han llegado hasta estos niveles educativos donde un poco porcentaje de los mexicanos, llega? Gracias a mis padres, gracias a mi esfuerzo eran las respuestas que me daban y esto es el pensamiento común, pero está incompleto. Cuando un estudiante llega a niveles universitarios, se encuentra el esfuerzo de los padres y el propio, pero invisibilizamos una serie de actores y no vemos el tejido social: la disciplina de los docentes de preescolar, primaria, secundaria y bachillerato que los acompañaron previamente, el apoyo de pares cuando existen dudas en tareas y trabajos en ese andar educativo; el soporte emocional de amigos y las relaciones interpersonales. El llegar a niveles de educación superior también es resultado una cadena de acciones que está en un segundo orden y sin embargo la mayoría cree que cumplen los objetivos por su propio mérito desestimando el entramado social que hay detrás porque al no ser “cercanos” como la familia pareciera que no tienen impacto en nuestros logros. 

Estamos acostumbrados a vivir dentro de una ideología meritocrática, donde los éxitos y logros son resultados de mi esfuerzo y donde mi “no logro” es resultado de mi “no esfuerzo”. Michael Sandel tiene un libro (La tiranía del Mérito) con una postura valorativa interesante: “La meritocracia es corrosiva del bien común. Conduce a la arrogancia entre ganadores. Se olvidan de la suerte y la buena fortuna que les ayudaron en su camino”. A través de varias páginas muestra como esta idea que individualiza el éxito no apoya en lo más mínimo al crecimiento colectivo. 

En contraposición, la construcción de comunidades sólidas puede ofrecer un entorno en el que las personas sean valoradas por su humanidad en lugar de sus logros individuales. Las comunidades permiten el apoyo mutuo, colaboración y el intercambio de conocimientos, y un terreno fértil para el crecimiento personal y colectivo. Haciendo comunidad podemos superar las limitaciones que impone la meritocracia y construir un sistema que valore y potencie la diversidad de experiencias y perspectivas.  

Para ello es fundamental educar con un sentido de importancia en la colectividad. Así como hay prácticas profesionales que incentivan el desarrollo de habilidades profesionales, también requerimos lo mismo para las habilidades sociales. Necesitamos salir de las burbujas en las que vivimos y construir proyectos cuya base también sea comunitaria, no sólo empresarial o individual. En resumen, necesitamos tener acciones orientadas a general un bien común y cumplir lo que dijo Pietro Ubaldi: “El próximo gran salto evolutivo de la humanidad será el descubrimiento de que cooperar es mejor que competir”. 

Texto trabajado por el Dr. Luis Ernesto Solano.